Canción
Escuchen: había una
cabeza de cabra colgando en un árbol.
Toda la noche colgó ahí y
cantó. Y aquellos que la oyeron
sintieron una herida en
su corazón y creyeron que escuchaban
la canción de un pájaro
nocturno. Se levantaron de sus camas
y luego se acostaron de
nuevo. En el viento de la noche la cabeza de la cabra
se balanceó de un lado a
otro y desde lejos brillaba débilmente,
igual que la luna se
reflejaba por millas en la línea del tren
junto a la cual yacía el
cuerpo sin cabeza de la cabra. Unos muchachos
le cortaron la cabeza.
Fue más difícil de lo que se imaginaron.
La cabra lloró como un
hombre y les dio pelea. Pero ellos
terminaron el trabajo.
Colgaron la cabeza sangrante cerca de la escuela
y después se fueron
corriendo en la oscuridad que parece ocultarlo todo.
La cabeza colgó en el
árbol. El cuerpo se quedó en las vías.
La cabeza llamaba al
cuerpo. El cuerpo a la cabeza.
Se extrañaban mutuamente. La ausencia creció entre ellos,
hasta que arrancó el
corazón del cuerpo, hasta
que el ahogado corazón
voló hacia la cabeza, como las aves
de vuelta a su jaula y a
la conocida percha donde trinan.
Entonces el corazón cantó
en la cabeza, suave y luego fuerte;
cantó mucho rato y bajito
hasta que la luz de la mañana apareció sobre
la escuela y el árbol;
entonces el canto se detuvo.
La cabra perteneció a una
muchachita. Le había puesto
Espina Rota Dulce Mora,
nombrada así
por el arbusto de
estrellas de la noche, porque el sedoso pelo de la cabra
era oscuro como el agua
de un pozo, porque tenía ojos como frutos silvestres.
La muchacha vivía cerca
de una vía férrea elevada. En la noche
ella escuchaba el tren
pasar, el dulce sonido del pito del tren
se derramaba suave sobre
su cama, y cada mañana ella se levantaba
para darle a la cabra que
balaba su balde de leche dulce. Le cantaba
canciones sobre muchachas
con sogas y cocineros en barcos.
La peinaba con un peine
duro. Soñaba diariamente
que la cabra se haría más
grande, y lo hizo. Ella pensó
que su ensueño lo había
logrado. Pero un día la muchacha no escuchó el tren
y a la mañana siguiente
se despertó ante un jardín vacío. La cabra
ya no estaba. Todo se
veía raro. Era como si una tormenta
hubiese pasado mientras
dormía, viento y piedras, lluvia
que arrancó las ramas
frutales. Ella supo que alguien
había robado la cabra y
que había venido a causar daño. Llamó
a la cabra. Toda la
mañana y durante la tarde, llamó
y llamó. Caminó y caminó.
En su pecho un mal presentimiento,
como el presentimiento de
las piedras cuyos bordes se erosionan
bajo los pies descalzos.
Entonces alguien encontró el cuerpo de la cabra
por la vía elevada, las
moscas alrededor llenaban sus suaves botellas
en el cuello rasgado.
Luego otro descubrió la cabeza
colgando en el árbol de
la escuela. Se apresuraron
a ocultar las partes para
que la muchacha no las viera.
Corrieron para recaudar
plata para comprarle otra cabra.
Corrieron para encontrar
a los responsables, para oírlos
decir que había sido una
broma, nada más que una broma…
Pero escuchen: el punto
es este. Los muchachos pensaron
en divertirse y listo.
Fue más duro
de lo que se imaginaron
–ese tonto sacrificio– pero terminaron el trabajo.
Silbando mientras se
lavaban sus grandes manos en la oscuridad,
lo que no sabían era que
la cabeza de la cabra ya estaba
cantando tras ellos en el
árbol. Lo que no sabían
era que la cabeza
seguiría cantando, solo para ellos,
mucho después de que
hubiesen bajado las sogas y que ellos aprendieran a escuchar;
balde tras balde, golpe
tras golpe, ellos se despertarían
en la noche creyendo que
escuchaban el viento entre los árboles
o un pájaro nocturno,
pero su corazón latiría más rápido. Habría
un silbido, un zumbido,
un murmullo fuerte, y al final, una canción.
La humilde canción de
unos muchachos perdidos que recuerdan el llamado de su madre.
No una canción cruel, no,
no, para nada cruel. Esta canción
es dulce. Sí, es dulce.
Muere el corazón por su dulzura.
Texto original: Song
Brigit
Pegeen Kelly (EE.UU., 1951.2016) enseñó en varias universidades de su país.
Entres varios reconocimientos, fue finalista del Pulitzer, obtuvo la beca del
Fondo Nacional para las Artes y el premio de poesía Lamont, por Canción. Su
último libro fue Poems: Song and the Orchard (2008).
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