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¿Por qué leemos a nuestros amigos?


Aquí estoy, un primero de enero, cumpliendo la única promesa del 2017 que en realidad no es obligatoria (excepto que las promesas son performativas): la reinauguración de esta casa. Sean bienvenidos a la nueva época, a este blog que ahora es vintage, con productos locales, farm to table, orgánicos, gluten-free, artesanales. Y whisky.

***

Acabo de leer el ensayo The Hatred of Poetry, de Ben Lerner y tenía intenciones de escribir al respecto. Es probable que lo haga luego. En todo caso, adelanto que sería una lección interesante para muchos poetas que aún no han comprendido la naturaleza de su labor y de las limitaciones que tenemos. Se me cruzó además con las famosas recomendaciones que daba Wislawa Szymborska a quienes acudían a ella en busca de consejos sobre escribir, especialmente una que advierte sobre la ingenuidad de los escritores inmaduros por tratar desesperadamente de que su trabajo "suene a poesía".

Pero luego me topé con este artículo de Literary Hub, la respuesta del escritor Jeff Sharlet a la petición y amenaza que le hace Alan, un desconocido, genio autodeclarado. Alan increpa a Sharlet pues le ha enviado un manuscrito de una "obra maestra" y este en apariencia lo ha ignorado. Seguidamente, Sharlet condesciende y le explica las razones. Básicamente –le dice– porque primero leo a mis amigos. Y ahí está: el anatema para esa horda de escritores "ninguneados" (que –aceptémoslo– somos casi todos), el "amiguismo", la tara que impide que el mundo reconozca nuestros talentos sin igual. Todo porque un inepto que da clases en una universidad o labora en una editorial prefiere leer los libros de sus amigos que el de nosotros.

Sea por mi trabajo, por lo que publico en medios o por lo que digo en redes sociales, casi a diario recibo peticiones de todo tipo relacionadas con la escritura, la edición, cómo publicar, qué hacer y similares. La mayoría vienen acompañadas de un manuscrito sobre el cual se pide mi opinión. Sé también que más que mi opinión lo que muchos esperan es que su obra sea publicada. Lamentablemente –tengo que decirles siempre–, eso no está en mis manos, aunque mucha gente así lo crea con fervor.

Suelo responder todas y cada una de estas peticiones. Saco tiempo de donde no hay y es además lo único que pido que me den, con el fin de responder del mejor modo posible. Creo que nunca he pasado nada ni a nadie por alto, y si lo he hecho, me disculpo. Posteriormente, algunos –bastantes– agradecen, otros –pocos– guardan silencio y uno que otro simplemente se enoja.

Ahora, yo también, como podrán imaginar, acudo a otros escritores, con los que haya tenido algún tipo de vínculo, para pedirles que lean mis trabajos y me den sus consejos. En muchos casos, son amigos queridos, y sus devoluciones suelen resultar ser muy gratificantes, incluso cuando me indican que un texto falla o no funciona. Sí, los amigos curiosamente hacen eso: te dicen cuando algo está mal.

Y aquí viene el asunto. También he enviado correos y solicitudes a escritores y a editores que apenas conozco o con los que si acaso he tenido intercambios virtuales. Y algunos responden, con gran prontitud y amabilidad, pero otros simplemente no lo hacen. Entonces, ¿qué hago? Pues nada. Comprendo perfectamente que tienen otras obligaciones e intereses, sé que hacen un trabajo y que muchas veces ese trabajo se relaciona con los libros de sus amigos; estoy claro de que tienen sus redes de contactos y de que así funcionan las cosas. En síntesis, no me molesto, no me enojo, no me siento ofendido ni ninguneado. Sería como resentirse porque un jurado no premió tu obra, una que lo más probable es que ni haya visto. Pues no. No me enojo porque creo entender cómo funcionan las cosas. Y no se trata de un complejo de superioridad moral; al contrario, se debe a la aceptación de mis limitaciones, de mis barreras y obstáculos, esos con los que tengo que vivir y con los que debo luchar. (Es más, aprovecho ahora para ofrecer mis disculpas a amigos, escritores, editores y periodistas por importunarlos o por apurarlos.)

Pues algo tan sencillo como lo anterior parece resultar arcano para muchísimos escritores. La denuncia del "amiguismo" como aquello que impide el justo reconocimiento de nuestro genio no es más que la negación de que probablemente no somos tan geniales como creemos. ¿Que en nombre de la amistad se cometen injusticias? Claro que sí. Tampoco vamos a ser ingenuos y pretender que las redes de amigos son perfectas. Sin embargo, como ha demostrado la antropología, la historia, la neurología y la biología la única manera en que los seres humanos hemos avanzado ha sido gracias a la cooperación, y a que nos creemos el cuento.

Los escritores establecemos redes de amigos, contactos, es parte de nuestra labor. No nos sentamos a esperar a que un editor toque a nuestra puerta para ver si tenemos engavetada una obra maestra. Nos hacemos amigos de otros escritores por muchas razones, algunas oscuras y truculentas, no lo neguemos, pero sobre todo porque admiramos en ellos sus ideas, su escritura, su tenacidad o su excelente humor. Nos hacemos amigos porque esperamos aprender algo, y somos felices si logramos aportarles algo. Extraño sería que no intentáramos convencer a los otros de que los libros de nuestros amigos son buenos. ¿Qué clase de amigos seríamos si además de ser capaces de ver los errores en un libro no vemos también sus virtudes? En cualquier caso, se trata de una invitación, nada más. Nadie está obligado a leer los libros de nuestros amigos, pero tampoco debemos crucificar  alguien por decir que el libro de su amigo es bueno.

Entonces, si sos escritor, olvidate de los críticos perfectos, de los editores justos y misericordiosos, de los escritores que te ayudarán a dar el salto a la gloria. No. Nada de eso existe. Ser un best-seller o un desconocido es solo una estadística, y nada lograrás llorando por los rincones. Lo único que nos define como escritores es que escribimos, y lo único que determina una carrera literaria, desde la más modesta hasta la más extravagante, es el trabajo, y ese trabajo implica redactar textos, someterlos a un escrutinio, enviarlos a concursos, a editoriales, a diarios, a revistas, a traductores. Sí, a veces nos molestan a nosotros y otras tantas somos nosotros los que molestamos a otros. Pero solo de esa forma se pueden hacer las cosas, y aún así eso no nos asegura nada, pues todo se hace dentro de la absoluta certeza de una vocación humilde en todos sus extremos.

Al final, todo en esta vida se resume en la posibilidad de compartir con los amigos unos pequeños gozos y los muchos lamentos por la imposibilidad de la trascendencia. Creo que todo esto Sharlet ya lo ha dicho mejor.  En la conclusión de su respuesta dice así:
I think that’s how most writers—my friends, at least—read. We’re not scholars, nor are we accountable to any “profession.” We don’t read what we “should” or even, necessarily, what’s “best.” We read by hope and hint and free association, because publishing isn’t a meritocracy, it’s a vast, often unjust and always clumsy empire of too many words, including our own. The writers I know survive through the friendship of fellow travelers; first, we read our friends.
[Creo que así es como –mis amigos, al menos– leen. No somos académicos ni respondemos a profesión alguna. No leemos lo que “debemos” o incluso, necesariamente, lo que es “mejor”. Leemos por intuición y asociación libre, porque publicar no es una meritocracia, es un vasto, a menudo injusto y siempre torpe imperio de demasiadas palabras, incluidas las nuestras. Los escritores que conozco sobreviven gracias a la amistad de amigos de viaje; primero, leemos a nuestros amigos.]

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Así es, claramente, también sucede que se encuentran amigos en el camino de escribir y publicar y apenas asomar la mano del anonimato. Chico Zúñiga decía que la poesía sirve para hacer amigos, agrego que esa es una virtud por la que vale la pena el viaje.
Gustavo Solórzano-Alfaro ha dicho que…
Eso mismo, Marina.Todo se va construyendo.

Gracias por leer y comentar.

Saludos
Unknown ha dicho que…
Bella y acertada referencia al Maestro Marina!!! Que grato además volver a visitar esta casa Gustavo!!.
Unknown ha dicho que…
Acertada la referencia al Maestro, Marina!!!!
Qué grato volver a visitar esta casa Gustavo!!!! Amigo.
Gustavo Solórzano-Alfaro ha dicho que…
Gracias a vos por aceptar la invitación y pasar
Unknown ha dicho que…
Artículo muy claro y objetivo. A mí me rechazaron mi novela (Una vaga astronomía) varias editoriales. Dos aquí en C.]R.: EUNED y Editorial Cosa Rica. Y una en Barcelona. Finalmente, URUK me la publicó, tal vez por lástima.Con certeza no por amistad, pues yo no conocía a Óscar Castillo ni de nombre. Después de los tres reventones, fue algo muy grato que siempre agradeceré. Que la gente en nuestro pais no la lea, no es culpa de nadie. Y, si de alguien, mía. Lo que dice Gustavo coincide en varios puntos con un libro de Francine Prose,(cuyo título no recuerdo; lo presté y nunca regresó) que contiene excelentes consejos para nosotros, los que tratamos de escribir. Muchas gracias a Gustavo por los consejos, sobre todo aquello de no enojarse. Duele, sí. Pero eso es lógico. ¡Es como que alguien encontrara que un hijo nuestro no es el más bello del mundo!
Gustavo Solórzano-Alfaro ha dicho que…
Ciertamente el medio editorial es complejo, fortuito, arbitrario. Y con eso uno trabaja. Nada hacemos con lamentarnos. Siempre he dicho que un rechazo, en lugar de enojarnos, debe regresarnos a la casa a revisar lo que hemos hecho, lo escrito.

Gracias por visitar y comentar.

Saludos

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